miércoles, junio 07, 2006

Mi mundo

Tocaba desayunar: todas las mañanas me presento más o menos puntual (eso depende de la manera de ser de cada uno, yo por naturaleza soy puntual) a uno de mis encuentros reflexivos en cualquiera de los acogedores jardines que aliñan mi tejido utópico. En ellos siempre hay alguien dispuesto a retar-te con un nudo filosófico, con un problema de actitudes humanas o abierto a compartir sus más profundos pensamientos sobre la naturaleza y la belleza de las cosas. En estas diariamente-renovadas conversaciones encuentro comprensión y estímulo mental y es siempre una buena oportunidad para empezar a trabajar y tocar el corazón de alguna alma.
Después de unas intensas horas de reflexión y con aun alguna duda sobre la última conversación rondándome la cabeza, decido dedicar unas horas más a la Madre. Obviamente tenemos que comer y vestirnos (aunque la gente tiene libertad para mostrar su cuerpo desnudo si cree que enriquece a los demás). Así pues, con música y pensamientos acompañándome a cada paso, me dirijo a esa pequeña granja donde yo y unos compañeros más acostumbramos a encontrarnos para enriquecer la Tierra, honrar la Naturaleza y, de paso, obtener alimentos. Como harían esos Auténticos hombres de las lejanas tierras australes, nosotros agradecemos cada día a la Tierra los bienes que nos proporciona y recogemos sus frutos. Aquí también tienes la oportunidad de hallar esa gratificación que, a pesar de estar asegurada, nunca sabes bien cuando ha de venir. En realidad es bien sencillo si sabes que tan solo viendo una nueva semilla brotar y convertir-se en planta ya la puedes obtener…
Normalmente en la granja es donde acostumbro a comer, con buenos manjares siempre regados del buen vino, y con mi familia o con aquellos amigos del alma que no permiten a la tristeza asomar.
Llegados a este punto del día seguramente ya te han dado el toque de alegría y, posiblemente, tu también has tocado algún corazón, pero es que esta tarea aquí no se ve como un trabajo a llevar a cabo, simplemente te hacen y haces feliz, sin darte cuenta, y ello implica estar rodeado permanentemente de un cálido mar de comprensión humana sin ninguna pena ni mal pensar, pues tu entiendes al mundo y éste te entiende a ti.
El día sigue. Con el estómago lleno y el sol sonriente toca gozar de uno de esos momentos de autorreflexión y profunda meditación: es el momento de la expresión artística. Así pues, me dirijo a uno de los muchos talleres que salpican graciosamente la idilia y sumergido en migo mismo empiezo a dar forma a una pieza de barro, sigo ilustrando una pintura o dejo que mi voz entone esas melodías que salen fluyendo del alma, y canto durante un rato. Una vez finalizadas las obras se regalan a las calles de la ciudad y a los lugarcitos públicos, aunque nada nos obliga a hacerlo y siempre puedes optar por poseer una obra muy preciada.