lunes, septiembre 19, 2005

La sequia

La sequía

De hoy para mañana no se nota. Los grifos manan, los árboles brotan pero el caminante avezado ve como el caño de la fuente mengua, que no rezuma humedad la umbría, que el bosque no huele a musgo. A la semana siguiente las botas se hunden en caminos polvorientos y las balsas se cuartean. Los verdes incorporan naranja y se tornan cálidos, los brotes primaverales dejan de crecer y los ocres surgen allá donde la tierra es una delgada piel sobre la roca.
Y después ya no hay agua en los torrentes oscuros de los hayedos, ni en los riachuelos plácidos donde crece el candalillo, ni en los saltos de agua donde solo un hilo se desploma y se desfibra en el aire en mil gotas que no llegarán al lecho cincuenta metros más abajo.
El trigo amarillea a un palmo de la tierra franca, la cebada blanquea exigua en los campos ralos. El suelo se contrae y afloran piedras y lagartos tempranos al sol de mediodía. El ganado se concentra en las charcas y en los comederos porque el pasto no creció.
También a nosotros se nos agria el carácter, aparece un cansancio crónico que nos arrastra por sillones y camas, nos volvemos irritables i agresivos como aquellos miserables que interpretaban la guerra preventiva. El viento seco de poniente azuza un sexto sentido que nos avisa de un futuro de esmeril en el gaznate y cristales de arena en los ojos.
La estúpida e imprudente estirpe que dilapidó el planeta azul no hallará consuelo en la segunda parte del siglo XXI y quien sabe si habrá escrito ya el prólogo de su segura extinción.


Jaume Suriñach Aguilar
2005-07-28